Muchos conocen de René Descartes sólo esta frase: “Pienso, luego existo” como se la suele traducir en español. Y está correcta la traducción, sin embargo -quizá por el poco uso que le damos a la expresión “luego” en algunos países como Argentina- la frase ha dado lugar a más de una confusión entre los estudiantes que recién comienzan.
Tal vez, si no habías oído hablar de Descartes hasta ahora, te estarás preguntando : “pero... ¿cómo? Piensa...¿y luego existe?¿No debería ser al revés?”.
Es que en realidad, para decirlo en argentino tendríamos que ponerlo así:
“Me di cuenta de que pienso, che. Si pienso, entonces existo.”
Ése es el sentido de la expresión ergo en latín. Se traduce como “luego” en el mismo sentido que tienen las expresiones “por lo tanto” o “en consecuencia”; no como “después” (adverbio de tiempo).
Ahora se entiende mejor ¿no? pero así nos parece bastante obvio: Claro... si piensa es porque existe ¿Qué tiene de interesante eso? ¿Por qué esta frasecita hizo a Descartes tan famoso?
Para entender por qué esta premisa “Pienso”, y su conclusión “existo” han sido tan significativas en la historia de la filosofía hay que darle un poco de contexto a la cuestión. Ahí vamos:
Nuestro amigo Descartes estaba apasionado con la idea de refundar la filosofía. En su obra “Discurso del Método” nos da una lista de consideraciones explicando por qué si confiamos en lo que nos dicen nuestros sentidos, no vamos por buen camino.
De manera semejante a los filósofos escépticos de la antigüedad; Descartes piensa que, ya que los sentidos pueden fallar, (por ejemplo cuando creemos ver una cosa y en realidad es otra) ¡no podemos estar seguros de que no nos engañen siempre!
Y si cuando dormimos, creemos estar viviendo en el mundo real, ¿como sabemos que ahora mismo no estamos durmiendo?
Pero a diferencia de los escépticos, que concluían que ningún conocimiento verdadero es posible, Descartes sólo utilizaba estos ejemplos para despejarnos el camino hacia el camino del verdadero conocimiento: uno que fuera independiente del testimonio de nuestros sentidos.
La búsqueda que apasionaba a Descartes era la de un tipo de conocimiento o ciencia que, como un edificio, se pudiera construir sobre la base de unos conocimientos sólidos y estables, de los cuales no pudiera caber la menor duda.
Pero si tenemos que desconfiar de todo lo que vemos y oímos ¿dónde creía poder encontrar este tipo de conocimiento? En las matemáticas.
Podemos no estar seguros de si vemos a cuatro o a 5 personas a los lejos, y confundirnos al respecto. Pero jamás dejará de ser verdadero que dos más dos son cuatro. O que los lados del triángulo no se pueden medir entre sí. Aunque nunca podamos ver un triángulo perfecto con nuestros ojos, ni sumar en grupos de dos todas las cosas, de todas maneras, estas reglas se cumplen siempre. Y la razón para ello es , justamente, “la razón”.
Las personas tenemos algo en común: la capacidad de pensar racionalmente. El razonamiento es algo universal, indistinto para todas las personas. Una vez que una persona se da cuenta, nadie podrá convencerlo de que dos más dos no son cuatro. Verdades de esta clase son evidentes para todos, sobre las que no cabe la menor discusión.
En estas verdades matemáticas podemos descansar seguros, aunque el mundo entero sea una “matrix” de la que podríamos dudar. El gran sueño de Descartes era poder hacer que el “edificio del saber” es decir todo lo que sabemos; pueda ser tan seguro y verdadero como que “dos más dos son cuatro” quería trasladar el tipo de conocimiento que tenemos de las matemáticas a toda la realidad. Su sueño era crear una “mathesis universalis”.
Para obtener la piedra fundamental de su edificio del saber había que asegurarse de que fuera una verdad absolutamente indudable. Como si se tratara de un albañil que pone a prueba su material de construcción, descartando lo que no sirve, utilizando el método de la Duda, hasta encontrar una afirmación de la que no se pudiera dudar en absoluto. Su fundamentum inconcussum del edificio del saber. Lo hizo seguramente recordando algo que había leído de San Agustin. Pensando que mientras estoy dudando estoy pensando. Mirando a su interior, y no hacia afuera.
Así fue como llegó a esa verdad inconmovible que tanto buscaba: puedo dudar de todo pero no puedo dudar de que dudo, si dudo, estoy pensando, si pienso, entonces existo! en resumidas cuentas: “cogito (pienso)ergo(por lo tanto) sum (existo)”
¡Ahora ya tenía la primera piedra para construir esa ciencia exacta universal que tanto quería! En un próximo artículo podremos ver cómo le fue con el resto de la construcción.