A menudo nos preguntamos la diferencia entre ser listo y ser inteligente. La mayoría de estas ocasiones solemos llegar a la conclusión de que existe cierta equivalencia entre los dos términos. Le he dado particular análisis al asunto para poder compartir algunas reflexiones interesantes que tienen el fin de resultar útiles a diario.
Para empezar, cada vez que imagino lo asociado a la idea de "lo listo", viene a mi cabeza la inmediatez. Y es que, no hay duda en que el triunfo de la inmediatez es el signo de nuestros tiempos. Alguien listo es alguien que actúa dando la mejor respuesta viable frente a los acontecimientos que se presentan. Exista adversidad o no, la exigencia de ser listo perdura como una cualidad deseable. Nos gusta poseer mucha información, de innumerables campos, disponible en el momento que necesitamos que se encuentre disponible. Mucha superficie y poco sentimiento, muchos conocimientos y poca sustancia, mucha información y poca cultura. Sabemos un poco de todo sin lograr situarnos en el gran contexto que le da vida a ese todo.
Ahora bien, ¿qué sabemos de lo inteligente? La inteligencia, por lejos, llama mucho más a la atención que lo listo. Podríamos decir que listos somos todos pero inteligentes algunos. Nuestro concepto de inteligencia se asocia a imágenes de personas con alta capacidad analítica y destreza técnica en situaciones de alto desempeño. De esta manera, el ser inteligente parece algo muy difícil de alcanzar. Nos cuesta comprometernos en el logro de alta especificidad en una temática, nos resistimos al saber mucho de algo arriesgando el perder el "saber mucho de todo". Con ánimos de desmitificar la inteligencia en oposición a ser listo, siendo el ser listo sinónimo de ser práctico, me resulta importante traer a la discusión la Teoría de las Inteligencias de Gardner. Teoría que ha sido de por de más nombrada, cuyo valor teórico de distinguir áreas/tipos de inteligencia visualiza la diversidad de las características que componen a la misma.
